martes, 29 de diciembre de 2015

Cuando se apaga la luz...

Éste es un post sobre los cortes de luz. Sin embargo, está muy lejos de ser un escrito con pretensiones de análisis de ningún tipo. No voy a ahondar en las posibles razones ni responsabilidades técnicas, políticas u económicas de los apagones que se están produciendo en Buenos Aires por estos días. 



La idea en cambio, de fuerte convicción superflua y pasatista, es aligerar las consecuencias de estos incómodos oscurecimientos con una visión optimista, casi lúdica diría, de la cosa.
Por eso propongo empezar por los juegos, justamente. (Dado que ésta es una página de acceso libre, haremos hincapié sólo en aquellos juegos en los que pueda participar activamente toda la familia).
Sombras chinescas, por ejemplo. Qué mejor manera de tranquilizar a nuestros cyber chicos, que viven enchufados a aparatos y conectados a redes las 24 horas, que sentarlos un rato con apenas una linterna o la luz de una vela, en caso de ahorro energético máximo, a adivinar qué animalito es tal o cual sombra proyectada en la pared. Padres, tíos, abuelos, y cualquier otro sobreviviente de generaciones anteriores podrán aportar su creatividad para deleite de los chicos, que tras un conejito y algún otro bicho, se dormirán de aburrimiento en la oscuridad cómplice que les otorga la compañía de luz. 


Cuarto oscuro. Como por trabajos técnicos es probable que la luz vaya y venga de a ratos (está pasando en Ramos Mejía en este momento), se puede aprovechar para esconderse. Dejen la tecla de la luz en encendido así cuando la energía vuelve e ilumina al tío que todavía no encontró dónde meterse, por ejemplo, es sorpresa para todos. Avísenle a sus niños que la luz roja del stand by de algunos artefactos electrónicos se ve igual en la oscuridad, así que deben dejarlos sobre la mesa si no quieren ser descubiertos.

Ya no tan lúdico, o sí, depende de cómo se desarrolle la cuestión, es otro uso del corte de luz para aquellos afortunados (esperemos que así lo consideren ellos también) que están en pareja: cena a la luz de las velas. 
Convengamos que la oscuridad nos agarró sin mucho margen para preparativos, así que habrá que conformarse con el pedazo del matambre de Navidad que todavía está en la heladera, alguna ensaladita y lo poco que puedas improvisar. Las velas no son de restaurant, apenas unas Ranchera ya usadas en apagones anteriores, que se derriten más rápido que el helado que aguarda en el freezer, también desde el pasado 25. Lástima que quedó sólo el almendrado o esos sabores que todos dejan para lo último, pero todo vale en pos de recuperar el romanticismo.


El único inconveniente para la velada perfecta es que estás sumida en una ola de calor que alcanzó hasta a Nueva York. Él llega todo transpirado del trabajo y no le gusta bañarse a oscuras, así que le espolvoreás desodorante como si fuera Flit a los mosquitos.
A no decaer, muchacha, que en cualquier momento te devuelven la luz por un rato y podés zafar mirándote una película de Nora Ephron.

Para las solas (aunque también puede practicarse en pareja, pero no discriminemos) está la posibilidad de cumplir la fantasía del baño de inmersión rodeado de velitas.
Claro, tenés que cumplir ciertos requisitos previos. Primero y fundamental: tener bañera. Ignoren del todo este comentario aquellas que viven en casas con "practiquísimos" box de ducha. 


Segundo, haber comprado con antelación las velas y la espuma o sales aromáticas para baño. El jabón blanco no sirve, chicas, para darle glamour a este momento, mal que nos pese. Cualquier cosa busquen bien en el mueble del baño, siempre hay algún viejo regalo que incluía estas cosas.
Una vez preparado todo, a llenar la pileta. Eso sí, te deseo que tengas termo o calefón a gas, porque si en aras de la modernidad te instalaron uno eléctrico, bueno, a menos que te guste el agua fría, vas a tener que dejar la cosa para la próxima (casa en la que vivas).

Cierro este ya extenso post con una reflexión que siempre me surge en estas situaciones, cuando reniego de andar a oscuras y no tener toda la casa iluminada como salón de fiestas. O cuando me quejo de que no se me ocurre qué escribir, y entonces recuerdo a todos aquellos cerebros brillantes, escritores anteriores a Edison, que desarrollaron sus palabras a la luz de una vela, en pergaminos y con pluma y tintero.
Mi absoluta admiración a ellos, escritores a pesar de la incomodidad y dificultades. De ustedes es la verdadera luz. La de las ideas.


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Propósitos de Año Nuevo

Termina diciembre. Termina el año. Momento de balances y revisiones, de recordar con sonrisas los buenos momentos y lamentar las malas decisiones o revisar si fueron tan malas realmente.
Es el momento también de hacer planes. De tomar lápiz, papel, convicción e imaginación y encarar la lista que los países sajones denominan "New Year's Resolutions" o, en nuestro castellano local, "Propósitos de Año Nuevo".


Es habitual que la lista la encabecen los propósitos que uno se había planteado para el año que se va y no cumplió. Eso de darse un año más (uno que en realidad pueden ser varios, según la antigüedad de la meta) para llegar al ansiado objetivo.
No hace falta organizar encuestas, los básicos son incluso universales: adelgazar, hacer más ejercicio, dejar de fumar. Algo que señala cuánto nos preocupa la salud mientras no sea momento de hacer algo por ella.



Luego vienen los propósitos de índole más bien económico, y en este rubro uno siempre tiene la posibilidad de culpar a otro de no haberlo cumplido ya. Al gobierno de turno, al que se fue, al jefe que paga poco y al almacenero que cobra mucho. Ahorrar, ganar más dinero, son algunas de las aspiraciones para el año que entra. Para todos en realidad.

Por último, los más ideales y seguramente, los más interesantes: leer más, ver más películas, algún viaje (dicen los que saben de cumplir objetivos que hay que proponerse un destino específico y no decir "viajar" en general), estudiar algo nuevo (idioma, carrera, curso de cocina), y ese tipo de cosas. 




Solemos saludar a los demás para estas fechas deseándoles que el año que viene sea mejor que el que pasó. Y lo hacemos con un dejo de nostalgia, como si se hubieran pasado 365 días en vano.
Le decimos a los otros, y en cierto modo a nosotros mismos, que ojalá que el próximo sea "su" año. Sin embargo si lo pensamos bien sería bastante triste que así fuera. El objetivo, el deseo de toda una vida debería ser que el año por comenzar sea mejor que el que termina, y así permanentemente. Incluso si éste fue maravilloso.
Porque si no esperamos que cada año supere al anterior nos estamos exponiendo a la decadencia, a un continuo declive.
Haber logrado este año todo lo que se esperaba en la vida implica ir de ahí en más hacia abajo, hacia la chatura, hacia la nostalgia infinita. Horrible.

Deberíamos aspirar a tener buenos años, y luego años mejores, y así hasta el final.
Anoten todo lo que van a hacer este año, 2016, que les deseo espectacular. Pero también les deseo que no sea tan bueno como el 2017, y mucho menos que el 2018.




No dejen de soñar, de hacer planes, de armar proyectos, de intentar concretarlos. Pero por sobre todas las cosas, no dejen de hacer. El cine es un arte maravilloso, pero en la vida lo que funciona no es estar sentado en la butaca, sino ser quien actúa, quien realiza.
Quien es protagonista, en fin.



jueves, 10 de diciembre de 2015

Viajar Viajar - Aviones

Comer

Tu vuelo sale a las 14 horas. Por esas cuestiones de requerimientos de los aeropuertos, llegaste al lugar a las 11, media mañana. Por supuesto, no almorzaste. Es probable que, entre las corridas de armar el equipaje a último momento (¿hay alguien que no lo haga a último momento?), los nervios de los documentos, las llamadas al resto de la familia para controlar que todo marche en orden y otros menesteres varios, tampoco hayas desayunado.
Subís al avión. Felicidad: comienza el viaje.
A la hora y media de vuelo te traen la comida. Almuerzo tardío, pensás. Pero no, resulta ser la cena.
El jet lag comienza en el estómago.



El espacio es reducido, viajás en clase turista y no te importa, lo que vale es estar ahí, y vos tenés un par de TOCs importantes.
Así que maniobrás los cubiertos plásticos con la habilidad de un cirujano y acomodás los alimentos y bandejitas con la expertise de un campeón de Tetris. No hay margen de error.
Si viajás con niños propios, es seguro que debas organizar además la bandeja del menor en cuestión. Y recibir todo lo que no le gusta. Que, a pesar de haber encargado con tiempo en la página web de la aerolínea el menú infantil, es mucho.
Los gustos no son sólo cuestión de edad, sino de culturas.
El tuyo es "light" en algún otro planeta con gravedad cero, porque lo único que te cambiaron es el postre por una fruta en trocitos y la manteca por queso crema. Pero en fin, no es un restaurant, se come lo que se puede y lo que no, vuelve al carrito del catering.

Dormir

En un vuelo transatlántico de doce horas, el tema del sueño es uno de los ítems preocupantes. En especial, insisto, en clase turista, donde no tenés esa posibilidad tan atractiva de las publicidades que son los asientos que se hacen cama. Acá si lo reclinás un poco, considerate afortunado. Y sino, mirá a los que están en la última fila. No se pueden reclinar, no. Acordate bien para la próxima.
Al principio te molestan las zapatillas que elegiste para viajar por ser el calzado más cómodo. Así que aceptás la oferta de la azafata y te hacés de un par de "pantuflas" que no son más que un par de medias grises, buen color para pasearse con ellas por el interior del avión.
Y acá sí viajar con un menor es una ventaja: no ocupa su asiento completo. Entonces levantás el brazo que los separa y esparcís un poco de tu humanidad (menos mal que adelgazaste) en su lado.



Hasta acá la parte de acomodarse. Falta la parte, la más ardua: conciliar el sueño.
Si sos una insomne en tierra, con mucha más razón lo serás en el aire. Además si tu estómago apenas termina de asumir que lo que para él era un almuerzo fue una cena, imaginate explicarle a tu cerebro que lo que es la tarde en realidad es la noche y que encima te estás moviendo aceleradamente hacia el día siguiente.
Música. Algo para leer. Una película. Nada funciona. 
Hasta que, no sabés si de cansancio o aburrimiento, te dormís. Pero no pasa mucho tiempo cuando sentís que las luces se encienden todas a la vez y el bullicio crece. Amanecer virtual, afuera sigue oscuro. Hora del desayuno.

Ir al baño

Nunca esperes a tener ganas. No hay manera de calcular cuánta gente puede estar adelante tuyo en la fila para el baño.
Así que tomá como costumbre ir cuando se te ocurra. Cuando quieras aprovechar para estirar las piernas y evitar de paso una trombosis, o cuando el menor que te acompaña te lo pida. No desperdicies ocasión.
Finalmente lo lográs, pasaron las quince personas que tenías delante y llega tu momento.
En cuanto ingresás al cubículo te preguntás cómo es que es tan común la fantasía erótica de tener relaciones en el baño de un avión. 
Si el espacio para comer y dormir era reducido, el cubículo del toilette está diseñado para contorsionistas.



Te movés con cuidado y con el miedo de que algo se te caiga en el inodoro, que parece conectado directamente al vacío. Se te llegan a caer los lentes y van a parar directo al sistema digestivo de algún delfín allá abajo en el Atlántico.
Leés todas las etiquetas, porque todo está destinado a algo específico. No podés tirar el papel en cualquier lugar. Y además tenés el recipiente donde te ofrecen toallas femeninas. 
Lo abrís con curiosidad (el que está afuera, que espere), para encontrarte con asco con que no todo el mundo presta la misma atención que vos a las etiquetas, o no las entienden al menos, y usaron el cajoncito como tacho de basura.
En fin.
Liquidás el trámite con celeridad y perdés todo el tiempo que ganaste en tratar de destrabar la puerta que se flexiona al medio para optimizar el uso del, ya exiguo, espacio.
Volvés a tu asiento, a molestar al señor que está dormido en su asiento del pasillo para que te deje pasar, cosa que hace entre refunfuños adormilados que serán ignorados por vos con simpatía y cara inocente de "y qué querés que haga".

Entretenerse

Al principio parece todo maravilloso. El mundo y el diseño han cambiado, y ya no hay una única película que todos deben ver en una pantalla que les queda mejor o peor según sea la ubicación del asiento que les ha tocado. Ahora cada pasajero tiene su propia y egoísta pantalla en el respaldo del asiento de adelante.
Interesante.



Buscás el menú de opciones y hay montones de películas. Aunque como la aerolínea es angloparlante la mayoría de las propuestas están sin subtitular, mucho menos dobladas. No importa, sos canchera en el uso del idioma y podés sortear el obstáculo.
Pero el menor que te acompaña, aún no. 
Así que se aburre porque no encuentra algo para ver y por ende no te deja ver nada a vos tampoco. Espíritu solidario se requiere.
Eventualmente se duerme y volvés a buscar algo para ver. Una película que tenías catalogada como interesante. Bien. Comienza.
Pero qué bajito se oye! No hay caso, la dejás a los cinco minutos y te pasás a algún canal de música, hay varios géneros y estilos para elegir. Y se oyen bien.
Menos conflictivo, por suerte.
Leer es tu vicio habitual, así como escribir en el cuaderno que te llevás especialmente para estas crónicas. Pero estás cansada y tu menor te pregunta todo el tiempo qué escribís, así que se sostiene poco tiempo.
Volvés al canal de audio. Nuevo disco de David Ghetta. Qué bueno.

Bajar

El avión llega a destino. Lo ves en el controlador de recorrido que también se te ofrece en la pequeña pantalla del asiento.
Parece que ya está todo listo, pero tarda horrores en aterrizar. 
El piloto saluda a todos con humor inglés y solicita, sugiere, exige, que nadie se levante hasta que se apague el cartel de "ajustar cinturones".



Pero nadie hace caso. No al menos en un vuelo con argentinos a bordo. Así termina por armarse una fila larguísima de gente impaciente por bajar del avión, comprensible después de un vuelo de doce horas, claro, pero improductiva al máximo.
Los dejás pasar a todos. Nadie te corre. Agarrás tranquila tu equipaje de mano y caminás tranquila hacia la puerta.
Estás donde querías estar.

Arribos

Finalmente pisaste tierra, pasaste migraciones y tenés una nueva travesía en puerta. Disfrutás como parte de todo los olores típicos de estos no lugares que son los aeropuertos y todas las peripecias del vuelo se te olvidan como los dolores del parto a la madre que ve a su hijo por primera vez.
Ya habrá tiempo de recordarlas para el vuelo de regreso. Ese que te lleve de vuelta a casa.