domingo, 17 de enero de 2016

Meses: Enero

Enero es el mes de la tranquilidad en la ciudad, de las calles vacías. Las corridas, los insultos, los apuros, quedan para otras regiones del país y del extranjero.
No es que ya no haya ansiosos: es que están en otra parte.
Las terminales de micros estallan. Los ómnibus salen y llegan con diferencias apenas de minutos entre uno y otro. Montones de gente con bolsos que van y que vienen. Sí, vienen. Porque también es la época del año que aprovechan los visitantes del interior para conocer Buenos Aires sin ser atropellados por los malones de porteños que dominan la ciudad el resto del año.



Enero es el mes de la calma tras la locura que caracteriza a diciembre. Salga uno o no de vacaciones, ya no hay que correr contra reloj (y contra bolsillo) para hacer las compras de Navidad, Año Nuevo y Reyes (qué clase de conspiración católica hizo coincidir esas tres festividades, sólo algún Papa antiguo lo sabe).
El aguinaldo se perdió entre el supermercado y la carnicería, y la tarjeta está comprometida hasta la Navidad que viene gracias a las doce cuotas sin interés. Para cuando termines de pagar los regalos de 2015 ya te metiste en los de 2016, y así a la eternidad.

En enero logramos evitar los nudos vehiculares provocados por todos esos padres que consideran que caminar media cuadra hasta la entrada del colegio del hijo es una maratón, pero nos encontramos con nuevos nudos generados por esos mismos padres: los de las colonias de verano.
Nadie quiere dejar al chico con la abuela, la idea es que "haga algo" en lugar de ver televisión, así que las colonias se llenan de niños.
Por lo tanto, en las puertas de esos lugares parece no haber transcurrido el tiempo y se continúan, con la fuerza inalterable de una tradición a proteger, las molestias para los pocos conductores que aún deambulan bajo el calor propio de la estación.

Enero es, por otra parte, el mes de la activación espontánea (siempre confiamos en que sea espontánea y no causada por algún amigo de lo ajeno) de alarmas en casas de vecinos. Parece que hay más casas vacías y alarmas sensibles que nunca. Ahí te das cuenta quién es el dichoso que se fue de vacaciones y quién todavía comparte el asfalto con vos.




Desde la culpa, enero es el mes del arrepentimiento por haber subido en las fiestas (y días subsiguientes) los dos kilos que te había costado dos meses bajar antes de fin de año. ¡Maldito pan dulce y garrapiñadas al chocolate!
Y es que la cuenta calórica no da. Por algún motivo, se calcula siempre comida de más. O sea que arrancás el 24 de diciembre, seguís a dieta estricta de Vithel Thoné, matambre y ensalada Waldorf hasta el 31, día en que se reponen las heladeras, y así seguís en continuado tipo cine porno hasta el 6 o 7 de enero, o la fecha de caducidad de los víveres, lo que ocurra primero.
Mientras tanto tenés budines, pan dulce, y confituras varias para acompañar el té de la tarde, el mate, o cualquier infusión que amerite entre comida y comida.



Enero es el mes en el que el calor empuja a los urbanitas a compartir ese caldo de cultivo germinal que son las piletas públicas.
A la gente le gusta amucharse, sino explíquenme la concentración en las playas: cuanto menos metraje libre hay entre lona y lona parece que se disfruta más, es incomprensible. Los bañeros dentro de poco no sólo van a tener que darle aire a los ahogados que sacan del mar, sino también a las morsas humanoides que se asolean tan pegadas entre sí que casi no lo reciben.
Lo mismo sucede en las piletas públicas y de clubes. 
Un consejo: traten de buscar alguna en la que los niños estén separados de los adultos. No por la seguridad de una pileta más bajita para ellos, sino porque es normal que, de tan bien que la están pasando, les de fiaca salir para ir al baño. 
No digan que no les avisé.



En el barrio se zafa casi siempre de estas multitudes con la Pelopincho, o con un tío con casa con pileta y temperamento con paciencia.

En la nostalgia (la mayoría de mis posts tienen un toque nostalgioso, no sé bien por qué), enero era el mes en el que, a la hora de la siesta, en el silencio del barrio apenas interrumpido por alguna chicharra en días de mucho calor, se oía llegar al heladero. 
El código era "palito-bombón-helado", así de corrido, como si fuera una única palabra. Y los chicos salíamos corriendo a comprarle, no fuera cosa que siguiera de largo y hubiera que esperar que abriera el kiosko a las cinco de la tarde.




Finalmente, enero es el mes en el que dejamos atrás el balance del año anterior. Nos resignamos a que lo que fue ya fue, y nos proponemos con toda la fuerza, al menos mental, arrancar un año diferente. 
Podría decirse, casi, que es el mes de la esperanza. 
Bueno, no tanto, está bien, pero es el mes de los proyectos, de las ideas y de las propuestas, internas y de terceros, de cosas para hacer en ese larguísimo tiempo que queda por delante y que llamamos "año".