miércoles, 15 de junio de 2016

Supersticiones

Aprendí de supersticiones de una de mis abuelas (ambas eran gallegas, pero una bastante más "cabulera" que la otra) en particular.
En realidad todos en la familia tenían alguna que otra postura en lo que a cábalas se refiere, pero ella era la más convencida del poder del infortunio. 
En casa no había peor crimen que abrir un paraguas estando bajo techo. Se salía de sí del terror que la invadía si nos veía jugar en el cuarto con uno de esos objetos abierto. Decía que traían mala suerte. Con una convicción que, al día de hoy, me obliga incluso a retar a mi hija si la veo jugar con uno, se trate de un parasol de papel chino o de un paraguas real. No sea cosa.

Barrer de noche también es malo, según me enseñó esa misma abuela: con el escobillón se quita también la buena suerte de la casa. Habrá que dejar pernoctar la mugre, entonces, para que se quede también la fortuna.



Es común, e incluso atraviesa culturas, que la gente tema a los gatos negros o a pasar debajo de una escalera, pero lo que aprendí con el tiempo es que cada familia, o incluso cada persona, desarrolla a su vez sus propias supersticiones, originadas vaya uno a saber cuándo y dónde, pero transmitidas de generación en generación.

Cuando vendía tortas decoradas aprendí otras. Tenía algunas clientas muy prudentes que me contaban que, por ejemplo, poner un muñeco de payaso le quita la alegría de por vida al cumpleañero. Muñecos de caracol o tortuga hacen que la familia avance más lento, según parece.





En otro trabajo aprendí de mis compañeras que no se debe apoyar el bolso o cartera en el piso porque significa que el dinero "se va", y nos condena a la pobreza. 
Yo debo haber dejado un camión de caudales apoyado en el piso largo tiempo de tanta plata que se "me va".
De ellas también aprendí que la sal no se debe derramar (el antídoto si semejante calamidad ocurre es tomar un puñadito y arrojarlo hacia atrás sobre el hombro derecho), ni se pasa el salero en mano a alguien que comparta la mesa. Es señal de futura pelea. Como si hiciera falta, en algunos casos.




Volviendo a las tradicionales, en mi familia siempre fue una suerte de Karma ser trece a la mesa en festejos varios. Sucedía todos los años, no importaba si alguno se moría, otra se casaba o alguien nacía, casi no sabíamos explicar cómo, pero siempre resultábamos trece.
Esta situación aterraba a mis abuelas de tal manera que se las ingeniaban para tener "algo que hacer" alternativamente para que nunca estuviéramos todos sentados y se cumpliera la profecía.
En un momento mi mamá optó por usar dos mesas separadas, disimuladas por los manteles como una sola, para que las viejas se sentaran a charlar un rato junto a los demás.

Otro tema era un jueguito algo perverso al que mis tíos abuelos eran aficionados: se trata de tirar cada uno de un hueso de pollo en forma de honda o "Y". El que saca el trozo más largo muere último. Sí, así de feliz como suena. Es un juego para parejas y el mensaje es de lo más romántico, no me van a decir...





Ahora me extiendo a nivel universal para ese fenómeno tan peculiar que es la creencia en los "jettatore": personas que, ya sea por la mera mención de su nombre o por acción directa o asociación libre, están vinculadas en forma directa con la desgracia. Son aquellos que llegan a un lugar y provocan que las cosas se caigan, que quienes están allí se entorpezcan. Son esos que no querés tener en tu trabajo porque arruinan todo. Y no lo saben, de ahí el máximo de su peligrosidad.
Para esquivar los efectos dañinos de su influencia se suele recurrir a artilugios o costumbres de lo más variadas. Primero y principal, nunca, jamás, pronunciar su nombre real completo. Se lo alude entonces por referencias de cercanía: su nombre o apellido en inglés, o alguno que suene parecido. Otra alternativa es tocarse los genitales externos izquierdos femenino o masculino, según sea el caso. Hacer cuernitos ante su nombre o presencia es otro remedio o paliativo de tan desafortunada presencia. De la manera más disimulada posible, claro. El jettatore en cuestión puede ser muy peligroso, pero tampoco es la idea que se ofenda, no.





Sin embargo las supersticiones no siempre apuntan a lo malo que puede suceder, existen símbolos, cábalas, que dan "buena suerte".
El célebre trébol de cuatro hojas, la herradura, la pata de conejo, son de los símbolos (o antídotos) más tradicionales. 




De ahí en más, cada uno va desarrollando los propios en función de su experiencia de vida personal: una prenda de ropa interior que promete nunca fallar y que a veces ni se lava por miedo a  que pierda sus propiedades, un lugar determinado en el sillón al ver el partido, cruzar los dedos, besar un crucifijo, dejarse la barba o raparse, hacer promesas a uno o más santos (avalados por la religión oficial o no, es lo mismo), y así un sinfín de opciones. 



Con todas se busca lo mismo: una suerte de reaseguro contra la amargura de la vida misma, un escudo contra la dureza de la realidad, un poco de brujería, otro de magia, que aportarle a la existencia.

Una voz, baja y oculta (porque la excesiva superstición no deja de ser algo tabú) que nos asegure que se puede alejar el mal. Que nos aferremos a la creencia. Que todo va a estar bien.



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